Savon de Marseille | Marius Fabre Entre ciencia y alquimia
El 5 de octubre de 1688, un Edicto de Jean-Baptiste Colbert de Seignelay, secretario de la Casa Real de Luis XIV, institucionalizó y reguló la fabricación del jabón de Marsella en todo el Reino. Desde ese día, hace ya más de 300 años, esas normas son básicamente las mismas que rigen en la actualidad para que un jabón pueda ser denominado como Jabón de Marsella, y son las mismas que sigue Marius Fabre para producir sus jabones.
Jabones de Marsella hay muchísimos en el mercado, y eso es así porque la denominación «Jabón de Marsella» no goza de ningún tipo de protección. Esta denominación no viene en función del lugar de fabricación, como podrían ser las denominaciones de origen (DO), sino que se basa en una técnica de producción. Por eso podemos encontrar Jabón de Marsella hecho en Japón, Estados Unidos o más recientemente en China y Malasia. La Unión de Profesionales del Jabón de Marsella y todos los sectores implicados, llevan muchos años intentando proteger sin éxito su denominación, para que solo puedan llamarse «de Marsella», aquellos jabones que siguen sus normas de fabricación y por supuesto que estén hechos en la región.
Conseguir la denominación de origen parece imposible, y por eso gracias a un reciente cambio legislativo en Francia (03/06/2015) que extiende las IGP (Indicaciones Geográficas Protegidas) a los productos manufacturados y los recursos naturales (hasta ahora solo eran aplicables a los productos naturales, vinícolas y agrícolas), se plantea la obtención de la etiqueta de Indicación Geográfica Protegida para poder diferenciar los jabones de Marsella realmente marselleses, de los del resto de jabones de Marsella. Esperemos que finalmente lo consigan.
Desde 1900 y tras cuatro generaciones, situados en Salon-de-Provence, el corazón de la región, Marius Fabre continúa con el método tradicional de producción de jabón de Marsella bajo un estricto control de calidad, garantizando unos productos excelentes. Control de calidad en el que incluyen por ejemplo, saborear la pasta de jabón para saber si pica en la lengua. Una de las técnicas que utilizan los maestros del fuego « maîtres de feu » para comprobar si la pasta de jabón está en su punto óptimo.
El jabón de Marsella de Marius Fabre es jabón, jabón. Es aceite vegetal, siendo de oliva ese 72% que marcan con orgullo en cada uno de sus cubos de jabón, sosa (carbonato sódico), sal y agua. No hay nada más. Ni colorantes, ni productos químicos añadidos ni perfumes. Por eso son muchos sus beneficios para el cuerpo por ser hipoalergénico, antiséptico y antibacteriano, perfecto para personas alérgicas y perfecto también para curar heridas (incluso puede utilizarse como dentífrico). Además al ser un producto natural y biodegradable no contamina el medio ambiente.
Y por qué ese 72% de aceite de oliva y no el 100%? Pues porque según la fórmula defendida por los Marselleses, con ese 72% se tienen los beneficios del aceite de oliva, y gracias al restante 28% de otros aceites siempre vegetales (ya lo dejó bien claro Luis XIV!) como el aceite de palma o coco, se consigue un jabón con más espuma.
Como curiosidad, el Jabón de Marsella tiene su origen en otro jabón hecho también a partir de aceite de oliva en este caso al 100% y que actualmente no tiene tanto renombre como su hermano francés: el Jabón de Castilla. Cosas del márketing.
En definitiva, Marius Fabre tiene un jabón excelente que puedes encontrar en su web a partir de 4’30€ el bloque de 400g.